Cuando llegué a casa, todo había cambiado. El sofá ahora estaba frente a la puerta y no a su par, como en los últimos quince años; y en la mesita de centro ya no se veía el elefantito de bronce que mi mamá nos regaló cuando nos casamos, ni el porta retratos con la foto de mi suegra adolescente.
“¿Qué pasa?” me pregunté, mientras seguía mi camino hacia el comedor y la cocina.
Nuestra mesa de cedro había sido sustituida por una de Guateplast y en la cocina ya no había estufa ni refri.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, con esa sensación horrenda de entrar a casa y sentir que un desconocido ha estado ahí. Pero no era sólo un ladrón, pues si había de robarse la mesa del comedor, jamás la hubiera sustituido. Además, en el cuarto no parecía haber ocurrido ningún cambio.
Sobre la marquesa permanecía el joyero con mis anillos y la tele, y en la gaveta de la derecha aún estaba el sobre con el dinero de la luz y la renta.
Tomé el teléfono y llamé a José, pero su celular me mandó directo al buzón, lo que acrecentó mi desconcierto pues, como médico responsable, nunca lo apagaba. Marqué de nuevo y lo mismo, por lo que decidí llamar a
- Hola Carmen, soy Sofía. José no me contesta el celular, ¿está ahí?
- Qué tal doña Sofía, no, no está, pero me dijo que llamaría en media hora por si alguien le dejaba recado.
- Gracias Carmen, decíle que me urge hablarle, que pasaron cosas extrañas en la casa.
- Pero ¿está usted bien?
- Sí, eso creo, pero hacéme ese favor.
Colgué y decidí llamar a mi mamá quien, sin dudarlo un instante, sisañó afirmando que de plano, ese cabrón, había decidido, al fin, largarse con la puta de Roxana.
- No tiene sentido mami- le dije-. ¿Por qué habría de llevarse el comedor y el elefantito que tú nos diste?
- Pues por cabrón, porque no le basta hacértela difícil sino que encima te quiere sembrar dudas y volverte loca.
Talvez tenía razón. Desde hace un año que sólo nos dirigíamos la palabra para las mínimas y básicas cortesías que nos permitían vivir bajo el mismo techo. “Gracias”, “con permiso”, “hasta pronto”…
Pasaron dos horas, tres, cuatro, llegó la noche, la media noche y no me atreví a llamarlo de nuevo. Estaba angustiada, me sentía insegura. Un nudo apresador me ahogaba el corazón y no porque en verdad lo amara aún, sino porque todo era muy raro y mis emociones no podían contener tanto misterio.
Decidí llamar a Camilo y le pedí que viniera. Él, tan incondicional como siempre, tardó poco más de diez minutos en llegar y, cuando entró, no pudo ocultar su asombro por los evidentes y extraños cambios en la casa.
Camilo era mi más grande amigo. Nos conocimos en primero básico e inmediatamente nos convertimos en confidentes. Hasta los quince años estuve enamorada de él, pero decidió dejar el instituto para ir al seminario, en un afán por perseguir al padre Carlos, el más guapo y amanerado cura que he conocido, por el que, de haber nacido con un pene entre mis piernas, también me hubiera enamorado.
Camilo no terminó el seminario y nunca dijo por qué. Sólo se que terminó el bachillerato y se fue a estudiar filología, pero nunca perdimos el contacto. Siempre pensé que si yo hubiera sido hombre, quizás estaríamos juntos y estas cosas con José nunca hubieran pasado.
Pero esa noche, Camilo fue el más prudente. Me dijo que no juzgara a José, que no sabíamos en qué andaba y que no tenía sentido martirizarme por él. Decidió quedarse a dormir conmigo para que no me sintiera sola y ofreció que a la mañana siguiente iríamos a la clínica y trataríamos de localizarlo. Casi no dormimos; nos tomamos una botella de vino y un par de pastillas cada uno, con lo que la tensión se nos fue y convertimos la velada en una de esas que solíamos repetir semanalmente antes de que me casara.
A la mañana siguiente Camilo se despertó temprano y me preparó un exquisito desayuno que, un tanto incómodos, tomamos en la misteriosa mesa plástica que sustituía a la de cedro.
Terminamos y nos subimos al carro para buscar a José, pero en el camino Camilo me sorprendió con unas palabras.
- Vos Sofí, desde hace un par de años que he querido decirte esto pero me he apenado. Creo que debes hacer algo por tu vida, algo que te aleje del vicio del matrimonio este que no has podido dejar. Mi prima Carola vive en Túnez, desde hace años, ¿la recuerdas? Pues encabezó una misión en la que guió a un grupo de monjas de su misma orden e instalaron un centro precioso con vista al Mediterráneo y una pequeña bahía a forma de playa privada.
- Puta Camilo, no chingués –lo interrumpí-, si te lo callaste dos años lo hubieras callado toda tu vida. No quiero ser monja, me encanta el sexo y odio la religión, bien lo sabés.
- Ah la gran Sofí, te conozco, no me interrumpas –rió-.
- Puchis mano, qué radical sos, ¿no te parece que tengo suficiente con lo que pasó ayer? Tus intenciones son buenas, siempre, pero no se si quiero transformarme. Entiendo que nada me ata. No tengo hijos, no tengo una pareja ya, llevo seis meses sin trabajo y ¿qué te voy a decir? Sí, ya se que te puedo decir. Te amé como a nadie cuando era una niña. A mis catorce, cuando hablaste por primera vez de irte al seminario pensé en convertirme, en hacerme monja igual que
En ese momento llegamos a la clínica y Camilo concluyó el tema diciéndome que tenía una semana para pensarlo.
Entramos y saludé a Carmen, quien se mostró evidentemente nerviosa. Nerviosa, sí, porque sabía quién estaba a punto de salir del baño.
Se abrió la puerta y apareció Roxana con los ojos inyectados como de quien ha llorado durante días seguidos. Yo no entendía nada, pues eso significaba que José no estaba con ella. Se me acercó y me abrazó con tal sinceridad que no pude resistirme a corresponder el extraño gesto.
Salimos juntas y nos subimos al carro con Camilo, que nos llevó hasta una cafetería.
Ahí le conté lo que había pasado, lo que mi madre me había dicho y lo que yo sabía desde hace algunos meses. Ella lloraba y me pedía disculpas. No sabía que desde hace un año yo salía con un tal Romeo, hombre guapo y correcto pero insípido. Nunca supe por qué me había enrollado con él. Ni siquiera fue por despecho pues entonces ni sabía que José se acostaba con otra. Tampoco era por amor, ni siquiera parecíamos tener algo en común. Tal vez era por evitar convertirme en una mujer normal, para quienes el matrimonio llega a un punto donde se convierte en martirio aunque continúa siendo la única verdad en sus vidas.
Descubrimos que con Roxana no nos guardamanos resentimientos y, así, al día siguiente, nos volvimos a reunir los tres. José seguía sin aparecer y en la casa no había más cambios. Esa tarde reímos y pareció que todo estaba bien, parecíamos tres adolescentes capeados del colegio. Fue muy raro. Sentía que me estaba convirtiendo en algo, en algo extraño.
Seguimos reuniéndonos el resto de la semana con la misma fraternidad hasta que un sábado, Camilo nos acorraló diciéndonos que había comprado boleto para los tres, que al día siguiente partíamos hacia España y luego a Túnez.
- Qué estúpido sos –le dije-. Acabas de tener actitud de macho dominante, que decide sobre la vida de sus hembras. Sos injusto y egoísta.
- Pará –me interrumpió Roxana-. Nunca he visto a un hombre que, desinteresadamente, se preocupe tanto por dos amigas. La injusta sos vos.
- Momento –se metió Camilo-. En verdad parecen dos adolescentes hormonales. Yo les acabo de hacer una broma para sondearlas, pero saben qué, fue suficiente para darme cuenta que no quiero viajar con ustedes si he de estar soportando insultos y peleas insensatas. Tontas son ustedes por no aceptar mi oferta, muy tontas.
Entonces fue mi celular el que sonó. Era José que empezó a hablar y a hablar haciéndome llorar a mares. Roxana posó su mano sobre mi hombro y empezó a sobarme con mucha dulzura. De mí, Camilo y Roxana solo escuchaban decir “no puede ser, no puede ser, no vengás ahorita, no puede ser, tengo que pensar, no vengás ahorita”.
Resulta que el mula del José, sin madurar la forma en que habíamos llevado nuestra relación los últimos meses, había terminado de construir la casa sin decirme nada y los últimos días había estado amueblándola y terminando los últimos detalles. Quería sorprenderme, decía, pero yo no entendía. Llevaba cinco días de amistad con Roxana en los que nos habíamos contado todo, todo. Y ahora José, siempre tan inestable, salía con esto.
- Chepe –le dije- llegas tarde, me he convertido en otra durante los últimos días y mañana me voy del país. Me voy con Roxana y Camilo a buscar el mundo y no tratés de seguirnos. Me he convertido en amante de Camilo y Roxana, sí, algo de lesbiana se me salió. Me voy mañana.
José parecía no entender nada, pero le colgué. Roxana parecía no entender nada tampoco. Yo misma no entendía nada. Había tenido un impulso sin precedentes y había dicho las cosas que nunca creí decir.
Realmente, me había liberado. No sabía si en verdad me había convertido en lesbiana, ni creía que entre nosotros tres hubiera alguna atracción sexual. Pero yo, en definitiva, me había convertido en una mujer nueva y aunque aun no sabía si realmente viajaría al día siguiente o no, abracé a mis amigos y lloramos juntos en una catarsis que confirmaba el inicio de una época y el inicio de otra, así de radical, para los tres.
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