17/3/13

Sudor

Recorre la gota de sudor. Nace de la nuca (o quizás del hipotálamo -del griego, cámara nupcial). Baja zigzagueante por la columna vertebral. Y aunque parece querer voltear en las caderas, decide continuar su camino por entre las nalgas, hasta formar una acumulación del lado izquierdo y gotear en caída libre hasta la cama. De pie.
Una gota. Dos gotas. Tres gotas... La inundación es inminente. La alcoba huele fuerte, hormonal. Los muebles y la ropa dejada en el suelo empiezan a flotar. El nivel crece junto con la excitación.
Ya no es la excitación sexual sino la adrenalina natural de una vida en riesgo.
Las puertas cerradas, y las ventanas. El teléfono húmedo no responde.
Amantes en el apocalípsis.
Retumba el portón; afuera no pasa nada más que la furia del fiador de tu contrato. Desesperado sí. Ahogado en la seca angustia de tu mentira. Despreciado, sí.
Y dentro, las aguas llegan hasta los pescuezos. El aire escasea y el orgasmo se convierte en convalecencia, y la pasión ya no es tal. Aguas marinas hechas de sal y travesura. El límite frontal del pecado y la salvación.
-Hijo de puta.
-No me culpés cerota.
-Ya no puedo más.

Surge odio. En las peores crisis el ser humano necesita culpar a alguien. Algunos a un dios, otros más a un amante. También surge solidaridad y otras mamadas, pero sólo en los casos colectivos; pero acá, donde la tragedia surge del sudor de dos, la confrontación domina el momento.
-Hijo de p... puta.
-No me culpés cerota, somos dos.
-Ya no p... pued... do.

Do, sol, la, si. A veces son las nostalgias que escapan para sentir la violencia que se lleva dentro del alma.
Odio por no preveer el riesgo.
Pero entonces, el portón que aún retumba, cede y la marea liberada arrasa con todo a su paso. El marido empujado hasta el barranco fallece. Los zopes están listos y antes de que los sudorosos amantes se reincorporen, no quedan más que huesos limpios del salvador.
El aire entra de nuevo a los pulmones y la tos se encarga de sacudir las flemas atoradas.

Amanece. El sol empieza a calentar y a secar la escena. Al final todo, incluso los cuerpos, quedan con una fina capa de sal fluorescente. Ya no hay futuro, ambos lo sabemos. Pero con la luz del momento, cada quien recoge sus trapos, sale, y enfrenta la nueva vida. Con la cara en alto.

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