14/6/11

Púchica jueves 16 06 11

Desierto

La lucha contra la desertificación y la sequía, celebrada mañana mundialmente, cuenta con muy pocos guerreros que, a pesar de su valentía y determinación, resultan insuficientes para enfrentarse al enemigo implacable que es el tiempo (a quien no se puede ganar, sólo aventajar), y a los guerreros del dinero, que en su oscura lucha vienen agotando los recursos naturales.
Para comprender mejor el deterioro de aquella “Guatemala de la eterna primavera” que nuestros hijos no pudieron conocer, quiero remontarme imaginativamente en el tiempo, digamos, doscientos años atrás. ¿Por qué esa fecha? Porque hay documentación suficiente como para poder generar imaginaciones más o menos certeras, y precede a la primera gran devastación de la naturaleza del país, en que el Estado actuó en función de intereses privados y, en la mayoría de los casos, extranjeros. Se acabó la selva del litoral del Pacífico.
Antes del año 1811 había muy poca industria y el comercio regional e internacional se reducía a muy pocos productos consumidos por las esferas aristocráticas, que en aquellas épocas ya jugaban el pulso de la ostentación para posicionarse socialmente. Pero en general, las familias contaban con autonomía alimentaria y sus vidas se desarrollaban sedentariamente.
Entonces, las montañas estaban cubiertas por calmados bosques nubosos, y así también las riveras, que atesoraban ríos fríos y cristalinos. Las planicies eran verdes y de su discreto follaje surgían algunos pueblos que decoraban sus alrededores con coloridos y simétricos sembradillos, tan llenos de vida que no competían en belleza con el entorno casi virgen de la foresta. En esos días aun competía el venado por su vida y el puma por su alimento. Los quetzales se bañaban en las ciénagas y los tapires asaltaban la hortaliza. Pero eso se acabó. Ahora nada más queda el reto de regenerar al menos un poco de esa riqueza o esperar el fin de nuestra especie y las que aún no hemos aniquilado.
Los guerreros contra la desertificación quieren ayuda tan simple como sembrar un árbol y experimentar el gozo de verlo crecer.

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