¡Arriba los feos!
La llegada masiva de los medios de comunicación a los hogares de todo el mundo los ha transformado en punto de referencia acerca de la moda y las tendencias. La moda para muchos puede ser una palabra vacía y superficial pero puede causar muchos problemas. La televisión, la publicidad y el Internet imponen un ideal de belleza irreal. Cuerpos esbeltos, cutis perfectos, inexistentes señales de vejez, ¡así hay que ser! Quienes no entran dentro de este molde deben hacer lo imposible para aunque sea acercarse a él. Dietas desordenadas, costosos tratamientos de belleza, horas en el gimnasio, cirugías, etc. Y al final del día esa despreciable lonja jamás desaparece, la cadera jamás se reduce, la nariz no se disimula.
Esta dictadura de perfección hace que la mayoría se sienta rechazada. Hay mujeres hermosas, pero talvez no extremadamente flacas, que llegan a ser vistas como imperfectas porque no encajan en el anoréxico perfil de mujer actual. Las mujeres deben ser flacas y canches y los hombres musculosos y culones.
Siempre bellos, siempre jóvenes, siempre flacos... siempre perfectos.
Mientras los medios especifican más los estereotipos de belleza, más gente empieza a sentirse fea, maltrecha e insatisfecha. Las prescripciones de belleza que en Occidente se definen, sin embargo, no coinciden con la naturaleza física de la mayoría de naciones.
Todo empezó como un negocio, en el ámbito de la farándula, hace al menos un medio siglo, cuando las cirugías plásticas eran una cuestión mucho más riesgosa y dolorosa. Inició con personalidades bien recordadas más por su belleza que por sus valores o talentos. Ese fue el caso de Marilyn Monroe, quien nunca hubiera ascendido al estrellato si no hubiera sido por sus innumerables esfuerzos por cambiar su apariencia natural, y sin embargo, hoy sería gorda.
Arriba digo dictadura porque ha obligado, de alguna manera, a que las personas sobre todo jóvenes, dediquen mas tiempo, atención y esfuerzo a cambiar su apariencia física que a mejorar como personas, a superarse intelectualmente o a explorar su espíritu. La belleza es, por lo tanto, una de las peores enfermedades de nuestro tiempo, y yo digo: ¡Que viva la fealdad!
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